En ver las imágenes desde Mexico últimamente, siento una tristeza muy profunda. Se ve miedo, rabia, caos y desesperación. Ha llegado el momento de enfrentar la corrupción y violencia que ha deteriorado la imagen del país.
Vivir con miedo es inaceptable en un mundo moderno. Pero donde hay miedo si se puede encontrar esperanza y el deseo de rechazar lo que nos agobia. No pretendo comparar mis propios miedos con los que se vive en México hoy. Pero si recuerdo el poder que se realiza cuando pierdes el miedo y empiezas usar una voz alta y clara. Es lo básico de nuestro ser.
Era el año 1977 y ese verano fue el momento que terminé mi primera decada como Jorge Carreón Jr. Durante casi 10 años, me quedé con la determinación de vivir al lado izquierda del centro. Solo pensé en cultivar los intereses que eran cualquier cosa menos lo que era normal en Pico Rivera. No tenía muchos amigos, pero eso no me importaba. Quería perderme en todos los libros y películas que podía procesar antes de regresar a la primaria en el otoño. La mayoría de los niños tenían ganas de ir al parque, tomar clases de natación o tener días lánguidos en la playa. Yo quería saber más del artista moderno Andy Warhol y leer mis libros de Nancy Drew. Pero mis planes se quedaron en supsenso cuando mi papá me dijo que yo iba con él y mi hermana a visitar a su familia en el D.F.
Era como si el pusiera un alfiler en el globo de mi sueño de verano.
Así que fui, inocente al siniestro plan que mis padres habían inventado sin mí. Papá sólo tenía dos semanas de vacaciones de la fábrica. Eso significaba que junto con mi hermana, quien mantuvo la primera de una vida de secretos, tendríamos que quedarnos con nuestros familiares durante todo el verano. ¿Y cuándo llego el momento que me enteré de eso? El día que mi papá se regresó a Los Angeles sin nosotros.
Me dio una rabia feroz. Le grité. Lloré. Lo seguí a la puerta de la casa de mi tía en la mejor manera que aprendí de las telenovelas: “¡No me dejes!” Nunca se dio la vuelta. Caminó con buen paso a la puerta sin decir otra palabra más. Nunca me sentí tan lejos de mi vida real en California. Fue demasiado. Casi no hablaba el idioma. Ne dejaba de pensar: “Yo no soy mexicano. ¡Soy americano!” Pero todo mis gritos cayeron en el vacío. Estuve en esta casa sin esperanza para el resto del verano.
Pensando en este momento, me doy cuenta que no sabía ese verano con mi familia mexicana sería un regalo. ¿Cómo podría saberlo? Yo era sólo un niño. No pude ver mucho con mis ojos llenos de lágrimas. Tenía miedo de lo nuevo, de enfrentar la fuente verdadera de mi identidad: México. Nunca paramos de enfrentar lo “nuevo”. Gente, ciudades, costumbres, situaciones, todo lo que nos une como la raza humana. Fue el primero de muchos miedos que tendría que conquistar en mi vida, pero sí los conquisté.
Tenían que pasar 37 años para entender que la vida es demasiado corta para cualquier sentido de temor. Nacer latino es obstáculo suficiente en un mundo que valora la vainilla sobre el picante. Como ya he madurado, me emociona y me preocupa ver como nuestra narrativa nacional se conforma con la comunidad hispana. Espero contribuir a esta narrativa, para que refleje lo que realmente es ser un american en 2014. No tengo mucho espacio para el miedo con el fin de lograr ese objetivo. El miedo casi me dejo mudo durante todo un verano. Pero yo tomé ese paso que me llevó a un grupo muy especial en este mundo. Me convertí en un americano bilingüe, realizando el sueño de existir dentro de dos mundos que he llegado a representar con orgullo.
Miércoles, 24 de noviembre. Escrito y subido desde Wayne Avenue Manor en South Pasadena, CA