Ser latino es ser una persona emocionado. Pasión es la calentura que vive en nosotros. Es la raíz de nuestro archivo cultural, en donde encontramos material para telenovelas hasta el fin del tiempo.
No quiero disminuir el impacto de la emoción latina. Lo digo porque soltamos nuestros emociones porque no las tenemos miedo en expresarlas.
En la novela chicana, La casa en Mango Street, la niña Esperanza enfrenta las emociones de su calle con ojos y pensamientos bien claras. Para ella, lo emoción es ser humano. Somos débil, con deseos en proteger el imagen de ser un adulto maduro.
Mi mamá, una persona quien es la imagen de ser la mujer latina fuerte, prefiere tragar sus emociones que expresarlas con una lagrima. Pero en el 1977, recuerdo del momento que la vi llorar por la primera vez. Murió su hermana Carlota. Estuvieron peleadas sobre algo que se dejó en el pasado. Ni recuerdo los detalles.
Yo contesté el teléfono, la llamé porque estaba afuera de la casa. La llamada era de Tampico. No entendí mucho pero supe que era algo importante. Mi mamá se presentó, había un silencio y de repente se tumbó al piso.
Ahí, en sus rodillas, fue todo el peso de su emoción, el remordimiento y la tristeza.
Sentí que el mundo cambió en un breve instante. Mi mamá no era de fierro. Era una persona normal, con emociones como las mías. Nunca me sentí mas cerca de ella.
Ahora entendí como es ser alguien sin temor. Se me salió lo que es ser latino ese día. Tomé su mano para darla mi apoyo como su hijo de dos mundos distintos.